Inicialmente escribía este texto a partir del tiroteo del 14 de febrero de 2018 en la escuela secundaria Stoneman Douglas en el estado norteamericano de Florida, donde fueron asesinadas 17 personas y 17 más fueron heridas por un ex estudiante de 19 años de edad expulsado de la escuela. Pero, antes de concluir la redacción, el 20 de marzo volvió a conocerse otro evento de violencia homicida por armas de fuego, esta vez en la escuela secundaria Great Mills en el estado de Maryland, con dos adolescentes heridos, uno de gravedad, y el supuesto tirador muerto, aún sin confirmarse si en una acción suicida o por los tiros de un oficial armado asignado a dicha escuela. La vigencia del fenómeno y los temas asociados es intensa.
Con cada
evento de violencia homicida en escuelas norteamericanas se reaviva discusiones en las narrativas públicas sobre
aspectos particulares de la sociedad norteamericana, pero algunas de estas temáticas
invitan a considerar también algunas características de nuestro contexto
mexicano. Reseñaré a continuación algunos de los aspectos que con mayor
frecuencia suelen ser abordados en el ámbito mediático, a la luz de lo que algunas
perspectivas criminológicas conseguido
aportar.
FOTO: AP
Los homicidios en
masa en las escuelas norteamericanas interpelan a la sociedad en la que ocurren
por lo intrínsecamente terrible que resultan. Las víctimas suelen ser parte de
la población convencional de las escuelas: profesores y alumnos. La agresión,
llevada a cabo buena parte de las veces por los mismos estudiantes, sacude la
sensibilidad y reviste de muchos sentidos: el pupilo que subvierte su posición
y se coloca, fatalmente, por encima de sus iguales y de sus profesores. La gran
mayoría, de quienes han efectuado esos eventos han sido varones blancos.
Una línea de pensamiento lógica nos
llevaría a preguntarnos por la etiología de este fenómeno ¿cómo es que se
producen? Pudiéramos pensara que, si somos capaces de entender qué es lo que
hace que un alumno lleve a cabo todo lo posible para un día llegar armado a su escuela,
dispuesto a cegar la vida de compañeros y profesores, podríamos prevenirlo. Sin
embargo, los cuestionamientos por los factores en juego suele expresar algunas
ideas preconcebidas sobre este tipo de violencia. Al inicio del año de 2014 aparece
en la revista Homicide Studies
(Estudios sobre homicidio), un artículo firmado por los académicos, James Alan
Fox y Monica J. DeLateur, con el nombre de Mass
Shootings in America: Moving Beyond Newtown [http://journals.sagepub.com/doi/abs/10.1177/1088767913510297],
en él abordan algunos mitos y concepciones erróneas habituales en el discurso público
sobre los homicidios en masa. En el momento en que fue escrito el evento más
próximo era aquel de la escuela primaria de Sandy Hook, Newtown, donde en 2012 un
joven veinteañero asesinó a 20 niños de entre seis y siete años de edad, además
de dar muerte a otro seis adultos trabajadores de la escuela.
Uno de los aspecto que Fox y DeLateur señalan
como un mito es el supuesto crecimiento del fenómeno que se ha llegado a aludir,
e indican que el primer elemento a tomar en cuenta es la definición. El término
homicidio en masa (mass murder), en
el contexto anglosajón, no tiene una definición consensuada pero habitualmente se
usa para identificar un solo evento homicida, con múltiples víctimas, que tiene
lugar en una sola locación o en ubicaciones aledañas. Se excluyen los eventos
de violencia al interior de los núcleos familiares y los tiroteos en
enfrentamientos. De forma similar al llamado homicidio en serie, los homicidios
en masa pueden carecer de una motivación clara o de un vínculo profundo entre víctima
y homicida (Turvey, 2012). Se trata entonces de un fenómeno que es poco
habitual y distinto de como se presentan los homicidios más convencionales.
Sobre su frecuencia, si se consideran
sólo los homicidios en masa cometidos en Norteamérica, Fox y Levin (2013) concluyen
que no hay un aumento a la fecha en la que ellos hacen la revisión, pues la
incidencia del fenómeno se mantiene sin grandes variaciones entre los años de
1976 a 2012. Argumentan que la percepción de que tal vez se trate un fenómeno
más frecuente, se debe al intenso flujo de noticias que existe en estos
momentos. Incluso el caso de los homicidios que tuvieron lugar en la escuela
secundaria de Columbine, en el estado de Colorado en 1999, que tuvieron gran
repercusión mediática, no se contaba con una infraestructura de información
como la ahora existente, por lo que el flujo de noticias actualmente no sólo es
más acelerado, sino que incluso se dispone de imágenes más crudas y dramáticas
grabadas con teléfonos celulares, como en el evento reciente ocurrido en
Florida [http://www.bbc.com/news/world-us-canada-43071281].
No sólo en los Estados Unidos de América
se presenta el fenómeno del homicidio en masa, pero sí es aquel país en el que
han existido, por mucho, más tiradores comparativamente hablando, como reporta
el académico de la Universidad de Alabama, Adam Lankford (2016) en una revisión
que realiza a los casos ocurridos en 171 países; de mayor a menor en número de
atacantes le siguen: Filipinas, Rusia, Yemen y Francia. Ahora bien, en cuanto a
la cantidad de víctimas, el país con mayor tasa de victimización por homicidio
en masa es Noruega, como demuestran dos académicas norteamericanas, Jaclyn Schildkraut
y H. Jaymi Elsass (2015), al revisar los datos disponibles de 11 países para los
años de 2000 a 2014 (información disponible en http://www.politifact.com/truth-o-meter/statements/2015/jun/22/barack-obama/barack-obama-correct-mass-killings-dont-happen-oth/). Sin embargo, con la información que ellas
recopilan no elaboran tasas de incidencia del los tiroteos públicos en masa por
cada 100 mil habitantes, de hacerlo, como muestro a continuación, los EE. UU.
AA. quedarían nuevamente en primer lugar. ¿Por qué existen más tiradores y
eventos de homicidios en masa en ese país que en el resto? La tasa de homicidio
no es relevante, pues como se observa, ésta en nuestro país es mucho mayor, y
no así la tasas de tiroteos masivos. Se confirma así que se trata de un
fenómeno particular que tal vez responda a factores muy concretos.
|
País |
Número de tiroteos |
Número de muertes |
Población |
Tasa de tiroteos por cada 100,000 habs. |
Tasa nacional de homicidio por cada 100,000 habs. |
|
EE.UU.AA. |
133 |
487 |
318,892,103 |
0.042 |
4.7 |
|
Finlandia |
2 |
18 |
5,268,799 |
0.038 |
1.6 |
|
Noruega |
1 |
67 |
5,147,792 |
0.019 |
2.2 |
|
Suiza |
1 |
14 |
8,061,516 |
0.012 |
0.6 |
|
México |
2 |
13 |
120,286,655 |
0.002 |
21.5 |
Fuente: Elaboración propia a partir de Schildkraut y
Elsass (2015).
Ahora bien, si nos concentramos en los
eventos ocurridos únicamente en escuelas, estos parecieran presentarse también
con mayor frecuencia en los Estados Unidos de América, y algunas de las
características de estos eventos hacen emerger otros temas y controversias que
tienen reflejo en los discursos públicos y mediáticos.
Los académicos
Fox y Levin (2013), en el artículo referido, dan pistas de uno de los
argumentos que se esgrimió con fuerza en la arena mediática con el tiroteo más
reciente en el estado de Florida, el de la salud mental de quienes han cometido
eventos de homicidio en masa. Se ha querido argumentar que se trata de personas
desquiciadas, con algún tipo de trastorno psicológico que les lleva a tratar de
cometer los tiroteos en arranques emocionales. Pero si prestamos atención a las
evidencias encontradas sobre el nivel de planeación, este argumento no se
sostiene. Buena parte de las veces se han encontrado rastros, como el de la
adquisición de las armas de fuego, que se remontan hasta un año atrás al
incidente de homicidio, así como una elaboración detallada de planes para
llevar a cabo los tiroteos.
Jack Levin y Eric Madfis, de la
Universidad de Northeastern han propuesto (2009) un modelo secuencial de cinco
etapas, sustentado en varias teorías criminológicas, para explicar la génesis
del homicida en masa dentro de una escuela:
1.
Tensión crónica:
a.
Frustraciones de larga
duración experimentadas de forma temprana en la vida, o durante la
adolescencia.
2.
Tensión descontrolada:
a.
Falta de sistemas de apoyo
prosocial como resultado del aislamiento que favorece la etapa previa
3.
Tensión aguda
a.
Eventos negativos de corta
duración generados desde las etapas previas, que pueden ser reales o
imaginarios, y que resultan particularmente devastadores para quienes los
experimentan
4.
Planeación
a.
A partir de la etapa de
tensión aguda, los sentimientos de pérdida de control favorecen fantasías donde
se retoma la capacidad de agencia sobre la realidad, y se comienzan a tomar
acciones para hacer que esas fantasías se vuelvan realidad
5.
Masacre
a.
La etapa de planeación concluye
facilitada por el acceso a armas y artefactos letales, que permiten que la
masacre se lleve a cabo; los espacios escolares, favorecen además un mayor
número de víctimas pues estudiantes y trabajadores se encuentran reunidos en espacios
relativamente reducidos.
Tal vez parte de
lo descrito sea perceptible en lo que la madre de uno de los tiradores de
Columbine cuenta sobre su hijo [https://www.ted.com/talks/sue_klebold_my_son_was_a_columbine_shooter_this_is_my_story
]. Estas etapas explicativas de Levin y Madfis están alimentadas por los
aportes del sociólogo Rober K. Merton, quien a partir de la teoría de la anomia
de Émile Durkheim, propone que es la tensión que experimentan algunas personas
entre la búsqueda de satisfactores y las posibilidades reales de conseguirlos,
lo que lleva a optar por el delito como una forma de resolver esa tensión. Aunque
de gran potencia explicativa, encontramos la salvedad de que son muchas las
personas que pueden experimentar las circunstancias descritas, pero sólo
algunos sujetos tienden a la violencia y la trasgresión como respuesta; además
de que no todas las personas que transgreden las normas experimentan esas mismas
tensiones. Esto hace que, aunque estos modelos puedan ayudar a comprender
muchos casos, el camino inverso no pueda seguirse, esto es: es posible
identificar factores concretos en quienes han ejecutado un tiroteo masivo en
una escuela, pero como no todas las personas que experimentan esos factores llegan
a realizar eventos de homicidio, no es posible pensar en mecanismos certeros
que nos permitan identificar a quienes se encuentran en riesgo de llevar a cabo
un homicidio en masa en una escuela.
Lo anterior derrumba el argumento de que
si existieran mejores mecanismos de identificación para los problemas de salud
mental, se podrían prevenir los tiroteos en las escuelas. Como señalan Fox y
DeLateur (2013), llevar a cabo proceso de identificación de adolescentes en
riesgo podría aumentar los factores de segregación, estigma y aislamiento. Lo
que no quiere decir, por supuesto, que no debieran de existir los servicios de
apoyo y cuidado de la salud mental, sino que no deberían de enfocarse sólo en
los casos de riesgo de homicidio en masa, sino en todo el amplio espectro del
bienestar emocional, pues además es muy probable que, una vez iniciado el
proceso de aislamiento y falta de apoyo prosocial, los adolescentes en esa
etapa eludan voluntariamente la ayuda profesional, y como se sabe, el apoyo
psicológico sólo tendrá posibilidades de éxito si las personas que lo reciben
están convencidas de ello.
Esto nos lleva a otro de siguiente argumentos
que se han escuchado sobre cómo prevenir los homicidios en masa, pues dado que
las armas que se han usado para cometer muchos de estos eventos han sido
adquiridas de forma legal, se ha pretendido suponer que los controles para el
acceso a la compra legal de armas deberían ser mucho más estrictos y rigurosos.
Desafortunadamente, se ha podido comprobar que muchas de las personas que han
cometido estos actos no tenían registros psiquiátricos previos, u otras formas
de ser identificados como posibles perpetradores de tiroteos públicos; como Fox
y DeLateur (2013) señalan, los ciudadanos norteamericanos no pueden ver negado
su derecho a la Segunda Enmienda sólo por que tienen un aspecto extraño, o se
comportan de forma no habitual, pues además, como es posible de prever, si
existe un mercado legal de armas, siempre será posible hacerse de una a través
de otra persona.
Finalmente, en lo que toca al tipo de
armas utilizadas, a partir del reciente tiroteo en el estado de Florida, se ha
propuesto nuevamente restringir la compra de ciertas armas, como son los rifles
semiautomáticos, así como prohibir los mecanismos adicionales que reducen el tiempo
entre un disparo y otro. Aunque limitar el acceso a las armas que permiten
producir un mayor número de víctimas, no elimina la posibilidad de que se sigan
presentando los homicidios en masa, pues como puede observarse en la tabla
siguiente, no son estas las armas más usadas en la mayoría de los tiroteos.
|
Tipo de arma de fuego |
Número |
Porcentaje |
|
Armas de asalto |
35 |
24.6 |
|
Pistolas semiautomáticas |
68 |
47.9 |
|
Revólveres |
20 |
14.1 |
|
Escopetas |
19 |
13.4 |
|
Total |
142 |
100.0 |
Fuente: Elaboración propia a partir de Fox y DeLateur (2013: 136), a
partir de la base de datos de Mother Jones.
Hay que señalar
que el término “armas de asalto” es impreciso, pues aunque suele usarse de
forma habitual no indica un tipo específico, y sería más apropiado hablar de
rifles semiautomáticos. Sin embargo, dado que se trata de armas de mayor
tamaño, a las que se les puede añadir, sin modificar su mecanismo de disparo,
aditamentos que reducen el tiempo entre un disparo y otro, conocidos como
“bumpers”, lo que las aproximan a la cadencia de disparo de un arma automática,
estos añadidos han sido objeto de prohibiciones sin que ello “solucione” el
riesgo de los homicidios en masa, si bien sólo pudiera llegar a reducirse el
número de víctimas, si asumimos que un tirador tendría que usar un poco más de
tiempo entre tiro y tiro, pudiera permitir a las posibles víctimas escapar o,
como se ha argumentado también, a que otra persona armada pudiera abatirle, lo
que nos lleva a otra de las narrativas ya no sobre la prevención, sino sobre la
disuasión y respuesta a los tiroteos masivos públicos.
No es nueva la suposición de que si
hubiera otras personas armadas en el mismo espacio en que han ocurrido los
tiroteos, estos podrían haber causado un menor número de víctimas o, incluso,
pudieran haber disuadido a los tiradores de llevar a cabo los eventos de
homicidio en masa. La hipótesis podría sonar coherente si no se toma en cuenta
que, a diferencia de los “chicos buenos con armas” (profesores u otros
trabajadores en las escuelas, y hasta alumnos armados), los “chicos malos con
armas” suelen preparar sus ataques con tiempo, y como se ha reportado por
testigos y sobrevivientes, suelen llevar a cabo sus acciones con seguridad,
tranquilidad e incluso con bromas, un estado emocional muy distinto a quien
fuera sorprendido por un ataque que le resulta sorpresivo, lo que aumenta el grado
de dificultad para repeler o neutralizar a quienes realizan la acción homicida
(Fox y DeLateur, 2013).
En lo que toca a la suposición de que los
ejecutores de un homicidio en masa podrían verse disuadidos por la posibilidad
de ser repelidos, o muertos por alguien más, la idea no considera que buena
parte de quienes han llevado a cabo estos actos han concluyen sus acciones con
el suicidio o, como en el caso más reciente en Maryland, abatidos. Por lo que
tal vez resulte más coherente suponer que muchos de quienes los cometen están
considerando también perder la vida, y por lo tanto es poco probable tal efecto
de disuasión. Finalmente, para alguien que se siente expulsado de su contexto,
la imagen que ha trascendido en los medios sobre estos eventos tal vez esté
planteando una imagen romántica de los homicidas, imagen alimentada por otros
productos mediáticos, a lo que me referiré a continuación.
Así como se
indica que, lo que amplifica la percepción sobre los homicidios en masa son los
medios de comunicación y el vertiginoso flujo de noticias que se consume en la
sociedades contemporáneas, también habríamos de detenernos a observar cómo es
que se ha construido un visión romántica de las personas que llevan a cabo
actos violentos. Desde algunas perspectivas criminológicas, como las promovidas
por Jack Katz y David Matza, se ha señalado la fuerte vivencia emocional que
significa la transgresión de las normas, y cómo operan en quienes delinquen la
retribución emocional y cognitiva de estar haciendo lo que tal vez muchas
personas llegan a pensar pero que sólo algunas se atreven a llevar a cabo. Esto
se sabe bien en la industria del entretenimiento, por ello es tan fácil encontrar
ejemplos en personajes de ficción cuyo éxito y aceptación por parte del público
radica precisamente en la violación de las normas. No sólo los antihéroes
atraen por su ruptura de lo establecido, sino que incluso hay personajes que,
aunque forman parte de lo caricaturizado como “los buenos”, transgreden lo
correcto para hacer “el bien” o mantener el “imperio de la ley”.
El tema de los “imitadores” de acciones
ilícitas tal vez no ha sido lo suficientemente abordado desde la criminología
académica, pero lo conocen bien quienes investigan en delito a pie de calle. Así
como la Internet provee de información y conocimiento sobre casi cualquier tema,
las personas que tienen la motivación de cometer un acto de homicidio en masa, pueden
llegar a tomar como modelo eventos previos, como fue el caso del tirador de la escuela
primaria Sandy Hook, obsesionado con un homicida en masa noruego (Fox y
DeLateur, 2013). Este fenómeno, próximo a lo abordado desde la criminología
cultural sobre cómo las representaciones mediáticas, que muchas veces se basan
en crímenes verdaderos, alimentan la comisión de nuevos delitos, lo que han
pretendido nombrar como “bucles culturales” (cultural loops), nos invita a observar de qué forma somos
partícipes en la creación de imágenes románticas sobre la violencia y la
destructividad humana, pero no debería hacernos pensar que la simple censura
puede ser una respuesta a esto. Pues al igual que con los videojuegos y otras
expresiones del entretenimiento contemporáneo (como ciertas formas de música o
de productos audiovisuales) son muy amplias las porciones de la población que
las consumen, y sólo unas cuántas personas son las que cometen atrocidades.
Aunque, como hubiera señalado el psicólogo Albert Bandura a través de su clásica
investigación, es claro que la representación de la violencia nos insensibiliza,
por ello, se ha llegado a proponer el mismo tratamiento mediático de los
terroristas a los homicidas en masa: difundir lo menos posible la información
sobre sus personas, incluyendo sus nombres, para tratar de minimizar el
componente de fama y reconocimiento mediático que trae el hacer cosas
terribles.
Podemos pensar en el caso de los tiradores de la escuela de Columbine, a finales del siglo pasado, cuyos diarios personales, fotos y cuadernos de notas están disponibles en Internet [http://www.acolumbinesite.com/end/index.php], y tanto sus dibujos, como las imágenes más emblemáticas de ellos (mientras recorrían la cafetería de la escuela [https://www.reddit.com/r/trashy/comments/6etisu/columbine_4_lyfe/] las armas que usaron [https://goo.gl/images/oCWSau ], sus diagramas sobre los artefactos explosivos [https://goo.gl/images/mwJPc2], o sus cuerpos en el piso luego de suicidarse [https://goo.gl/images/89oen9], sólo por mencionar algunas) son tomadas como diseños para tatuajes de personas jóvenes.
FOTO: EFE
En las ciencias sociales la generación de conocimiento topa con la incapacidad de hacer experimentación, por lo que tenemos que esperar a que ocurran los eventos para observar y aprender. En el ámbito de la violencia y la destructividad humana, sin embargo, sería preferible no tener que enfrentarnos a la desgracia y al sufrimiento humano para generar conocimiento nuevo. Lo que nos queda es tratar de aprovechar los eventos trágicos para alimentar nuestra reflexividad, contar con mayores elementos que nos permitan tener una perspectiva más amplia de nuestra realidad y, si acaso fuera posible, tratar de tomar las decisiones más informadas para tratar de incidir o por lo menos minimizar las fuentes del malestar y la violencia.
¿Qué nos
muestran los tiroteos públicos en otros países y sus debates sobre el acceso a
las armas de fuego a nuestra realidad mexicana? En nuestro contexto no existe
la permisividad legal pero sí hay un mercado negro ¿qué podemos extraer de la
experiencia de sociedades como la norteamericana, en un contexto como el
nuestro donde algunas personas argumentan su derecho a defenderse cuando al
Estado le resulta imposible contener ciertas formas de criminalidad? ¿Qué
exigencias podemos colocar sobre nuestros adolescentes cuando se producen y
consumen, sin cuestionar, imágenes que celebran la violencia y la
destructividad?
Agradezco a RODRIGO GUAJARDO el compartirme su perspectiva a favor de la portación de armas para escribir
este texto. Así como a Ángel Eduardo Hilario por su invaluable apoyo técnico.
Fox, James Alan y
DeLateur, Monica J., 2014. “Mass Shootings in America: Moving Beyond Newtown”
en Homicide Studies, 18 (1), pp. 125
-145.
Turvey, Brent E., 2012. Criminal profiling: an introduction to behavioral evidence analysis. China: Elsevier.
TILEMY SANTIAGO GÓMEZ es antropólogo social, criminólogo y técnico criminalista